La escuela que soñaba con tener alma

 Había una vez un colegio que soñaba,

No era un colegio como los demás. Sus paredes Estaban un poco viejas, y las pizarras ya no eran verdes, pero aún crujían los suelos de madera y, si prestamos atención, podrías escuchar como el edificio suspiraba por las noches. Y este colegio se llamaba el CEIP San Carlos.

Aunque muchos lo veían como una simple institución donde se daba clase, yo sabía que estaba muy vivo. Porque dentro de lo habitual, no son los niños y profesores, sino también documentos que latían y órganos que pensaban y sentían.

El corazón que marcaba el ritmo: el Proyecto Educativo de Centro. (PEC’

El colegio no se movía por azar. En lo más profundo de su despacho de dirección, guardaba un corazón de papel y tinta llamado PEC. Ese documento no solo decía quién es éramos, sino también en quienes queríamos convertirnos. En él estaba escrito que en el San Carlos se creía en la magia de la diversidad, en la alegría de aprender jugando y en el respeto como una brújula.

Yo lo hacía menudo, cuando las cosas se ponían difíciles me recordaba por que enseñaba, por qué soñamos juntos.


Los capitanes: el Equipo Directivo

El colegio tenía su propia tripulación. La directora, Pilar, no tenia capa, pero si una paciencia heroica. Conocía el nombre de todos los alumnos y tenía el raro poder de transformar los problemas en propuestas para mejorar.

El jefe de estudios, Lucas, era como un reloj suizo, hacia cuadrar los horarios como si fueran piezas de un puzzle gigante, sin que nadie quedara fuera.

Y la secretaria, Carmen, sabia donde estaba cada papel, cada factura, cada cable. Sin ella, el cole entero se habría enredado en problemas como en una telaraña gigante.

Ellos eran los que llevaban el timón, y lo más bonito era que siempre lo hacían con cariño, aunque el viento soplara en contra.


El Consejo Escolar: donde todos tenían voz

Una vez al trimestre, las luces de la clase de 3B no se apagaban al acabar las clases. Allí se reunía el Consejo Escolar: una mezcla curiosa de profesores, familias, conserjes, representantes del ayuntamiento…

Y aunque a veces no se ponían de acuerdo  (¿quién lo hace siempre?), se escuchaban de verdad. Recuerdo una vez que una madre propuso crear un huerto escolar. Algunos dudaron, pero el consejo votó a favor. Ahora, en primavera, las tomateras trepan por las vallas del cole y los niños aprenden a cuidar esas tierras.


El Claustro: donde nacían las ideas más locas (y más bonitas)

Los martes, a las 14:00, el Claustro de Profesorado se convertía en algo parecido a un laboratorio de sueños. “¿Y si enseñamos geometría con telas y tijeras?” “¿Y si hacemos un trueque de saberes?” “¿Y si damos clase bajo los árboles?”

Muchas ideas se quedaban en el aire, pero otras muchas volaban. Y ahí , entre cafés rápidos y miradas cómplices, escribíamos el Proyecto Curricular, ese guion in decidía cómo íbamos a enseñar ese año

Los documentos que cuidaban el alma del colegio

Si, en el CEIP San Carlos había papeles, muchos… pero no eran fríos ni aburridos. Eran como un mapa.

- La PGA nos decía qué aventuras viviríamos este curso: excursiones, talleres, proyectos.

- Las NOF nos recordaban las reglas del juego, pero no eran castigos, eran brújulas.

- El Plan de Atención a la Diversidad era un abrazo en forma de documento. Nos aseguraba que nadie, nadie se quedará atrás. 

- Y el Plan de Convivencia… ese era como una poesía. Porque creíamos que las palabras puede llegar a curar, que los conflictos deben resolverse hablando, y que pedir perdón es también aprender.


Estoy justo aquí, en la biblioteca, rodeada de libros y niños que susurran cuentos. Acabo de salir de una reunión de coordinación y me siento muy agradecida. 

Porque aunque muchas veces no se ve, detrás de cada clase bien dada, hay una estructura que la sostiene, guía, protege. Y si, puede parecer árida desde fuera. Pero cuando la vives desde dentro… descubres que esta hecha de personas, de principios, de sueños compartidos.


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